Unirse a un club de montaña es como hacer una cita con la naturaleza… solo que la naturaleza siempre llega tarde, está cubierta de barro y te hace sudar en exceso. Cada excursión comienza con el optimismo de “hoy es el día en que conquistaré esa cima”, pero pronto te das cuenta de que las montañas, como las reuniones familiares, no tienen prisa por dejarte ganar. Entre risas, bromas y algún que otro tropiezo (porque siempre hay uno que tropieza aunque no haya piedras), el club de montaña es donde, en medio del cansancio, surgen las mejores anécdotas… como esa vez que dijimos “¡ya casi estamos!” y resulta que faltaban 3 horas más.
Pero al llegar a la cima, todo tiene sentido. Te das cuenta de que el sudor, las subidas interminables y los resbalones fueron solo parte del ritual. Y lo mejor de todo: ¡te reirás de eso durante semanas, hasta la siguiente salida! Porque si algo enseña un buen club de montaña es que lo importante no es la cima, ¡sino cómo se disfruta el camino (y las historias que puedes contar después)!